Soldados ucranianos a Olga Ivshina: “Están despedazando nuestro país”

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“Están despedazando nuestro país. ¿Cómo quieren que reaccionemos?”, – me dijo desde un tanque un joven paracaidista ucraniano.

Llegaron a la región de Donetsk para establecer el orden. Pero por ahora, sólo consiguieron que les parasen a ellos mismos.

Los vehículos militares del ejército ucraniano fueron bloqueados por los habitantes de Kramatorsk. Muchos de ellos no estaban contentos ante de la llegada de los militares.

“Ahora mismo, acaba de acercarse a mi coche un hombre y para arrancar la bandera de mi país. ¡Hoy mi país existe y mañana puede no existir! ¿Qué actitud debo de tener ante semejantes cosas?”, – exclamó uno de los soldados y se dio la vuelta. Le costaba aguantar sus emociones y mantenerse firme, sin romperse a llorar.

Averigüé posteriormente que se llamaba Román. Un ingeniero de Dnepropetrovsk. Apareció entre las filas, como muchos de sus compañeros, tras la movilización de las reservas llevadas a cabo en marzo en Ucrania.

“Dicen que la movilización fue general, pero es mentira. Sólo se movilizaron tres regiones – Poltava, Chercassi y Dnepropetrovsk. Me llegó el aviso y fui, no me escondí. Porque es mi país. Desde Lugansk hasta los Cárpatos – ¡es mi Patria!”

“¡De todos! ¡De todos nosotros!”, – gritaron los demás soldados que rodeaban el tanque. La tensión descendió un poco.

¿Cómo ha sucedido?

Lo que vi en Kramatorsk hubiera bastado para varios reportajes, artículos o simplemente reflexiones. Pero, no sé para qué, me fui a Slaviansk.

Allí, como resultó ser, me esperaban conversación no menos interesantes. En el centro de la ciudad se encontraban los vehículos del ejército ucraniano que pasaron al bando de los separatistas.

Los hombres enmascarados que vigilaban los tanques se dejaron fotografiar gustosamente con los habitantes de la ciudad, emocionados por su presencia. Incluso, dejaron a los niños sujetar sus armas.

Encontrar a los antiguos dueños de los tanques no fue tan fácil. Estaban sentados en el patio trasero de un edificio que pertenecía a la administración. Eran unos 30 o 40.

A pesar del control de los hombres con cinta Georgyevskaya (Георгиевская) en sus brazos, logré hablar con uno de los soldados. Tenían un aspecto cansado y frustrado. Muchos pertenecían a las reservas movilizadas hace unas cuantas semanas.

“¿Que cómo es que los tanques pasaron a las manos de los separatistas? Pues hay que dar las órdenes adecuadas, y no las que se está inventando Kiev”, – me dijo uno de los soldados. “¿A dónde vamos? ¿Para qué? No hay respuesta. Creo en que la gente tiene el derecho de defender sus intereses. Nadie atendía a sus problemas, ¿de qué nos sorprendemos ahora? Yo no voy a dispararles. Por eso cuando gente seria se acerco y nos dijo que les tenemos que entregar los vehículos, no iniciamos una lucha”, siguió él.

“No, Stas, no tienes razón. Nuestro país debe estar unido. Puede ser todo lo heterogéneo que tu quieras, pero debe estar unido”, – agrega su compañero, Antón. “Además, una orden es una orden. Cada uno debe conocer su lugar. Aunque en algo te apoyo, yo tampoco iba a dispararles”.

 Acompañados de una ovación

Intenté averiguar con la mayor certeza posible si era cierto que los comandantes abandonaron a los soldados.

“Es mentira. Nuestro comandante está con nosotros. Allí, intentando arreglar las cosas para que nos dejen irnos. Y escribe, por favor, que nadie nos ha pegado, que todo está bien”, – dijo Artiom.

Una anciana se acercó para dejar algo de comida a los soldados. En general, los soldados en Slaviansk y en Kramatorsk son tratados con respeto y algo de pena. Algo que, sin embargo, no impide a la gente torturarles con preguntas complejas.

En cuanto se acabaron las negociaciones, un teniente puso en fila a los soldados y les informó de que se podían ir, pero que tenían que dejar las armas y los vehículos.

Acompañados de una ovación procedente de civiles, que gritaban “¡Muy bien!”, los soldados caminaban hacia un autobús que se trajo especialmente para ellos. En respuesta a los gritos y aplausos, mantenían el silencio.

En cuanto el autobús se perdió de vista, la gente se volvió a acerca a los trofeos, los tanques. A veces se podían ver filas de personas que esperaban fotografiarse junto a los vehículos. Arriba se escuchaba el gemido metálico de los helicópteros ucranianos.

Escuchaba su zumbido mientras intentaba imaginarme cuál podría ser la próxima etapa de los acontecimientos que estremecieron el sur-este de Ucrania. Aunque nadie se atrevía a predecir absolutamente nada.

Karina Kolokolchikova (Uma)

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