Grito de autenticidad

En mi día a día, a la hora de presentarme, y al recibir con bastante frecuencia la pregunta sobre mi origen, sufro la misma reacción que provoca mi mayor enojo, así como frustración por mi propia tierra: «Ah, eres rusa, ¿verdad?». Al escuchar eso, le dirijo mi mirada fulminante llena de ira y aseguro que no lo soy, para que, luego, me digan: «Pero es lo mismo, ¿no?», y es cuando me dan ganas de aventar las cosas y gritar con toda la fuerza: «¡¡No!!». Pero, en realidad, solo hago un respiro profundo, y comienza la clase de geografía, sazonada con algunos datos históricos, servida con un toque de política de postre.

Si uno me hace la misma pregunta varias veces, sigue mi revancha preguntando: «Y tú eres argentino, ¿cierto (colombiano, cubano, mexicano, subrayar la que sea más de su agrado)?» y, como me imaginaba escucho: «¡Noooo! ¡Cómo puedes decir eso, si no tiene nada que ver!» Y, yo, con paso de matador, clavando la espada en el lomo: «Pero es lo mismo, ¿no?»

Así como a ustedes les gusta ser identificados por su país, a mí también me duele que me digan «rusa». Y no es precisamente por la situación política actual, sino por el respeto a la cultura, historia y, al final, por el respeto a mis papás, que cada vez que nos visitan traen regalitos ucranianos que tanto le encantan a todo el mundo.

Para empezar, siempre menciono el hecho de que Ucrania es el país más grande de aquellos cuyo territorio se encuentra completamente en el continente europeo. No voy a mentir diciendo que mis amigos de EE. UU. o Brasil no abren el mapa digital para ver el territorio y al ver la diferencia del tamaño contra su país no evitan algún comentario sarcástico o una carcajada, pero se les invita a ver otros países de Europa para que comparen. Para continuar impresionando, menciono que la tierra ucraniana es muy fértil y consiste casi de ¼ del suelo del planeta, y exactamente desde allí la gente empieza poner más atención a nuestra «clase». ¿Sabían ustedes que en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial los nazis sacaban la capa fértil de la tierra de Ucrania en camiones para poder alcanzar la mejoría de su agricultura sin lograrlo? Mientras tanto, mi hermoso país luce con sus campos amarillos sin fin cubiertos de trigo o girasoles, haciendo el contraste únicamente al cielo azul (es lo que representan los colores de la bandera ucraniana).

También mi país le ganó a los EE. UU. en hacer su constitución, o mejor dicho, la primera constitución del mundo. Y vale decir, no fue la revancha por días, sino ¡por 77 años! No lo sabían, ¿verdad?

En cuanto alguien duda de que Ucrania sea realmente un país independiente y auténtico, basta googlear la información sobre la literatura, música, pintura, idioma. De hecho les voy a dar un pequeño consejo: si quieren conquistar una mujer ucraniana, y eso que las mujeres ucranianas ocupan primeros lugares entre las mujeres más guapas del planeta, léanle una poseía ucraniana, y van a ver que así se ablandará su corazón:

¡Ustedes, estrellas, indiferentes estrellas!

En ocasiones erais distintas,

En ese tiempo, cuando vosotras a mi corazón

el dulce veneno estabais derramando.

Lesya Ukrainka

( traducción Prof. Dra. Oksana Koshko Prof. Dr. Fabián Abdala Marzá )

A día de hoy somos alrededor de 43.663.378 de personas, y si dices que no son muchas, voy a estar de acuerdo. Dicen algunas lenguas por allí que antes el número de la población era mucho más alto, sin embargo se redujo considerablemente debido al régimen soviético, guerras y el Holodomor. ¿Sabes que es? Es una hambruna total ocasionada a propósito por el gobierno soviético para colectivizar las tierras y la cosecha en el territorio ucraniano en los años treinta del s. XX, en la que fallecieron alrededor de dos millones de personas. Desnutridos, devastados, salían a la calle en busca de la comida, cuando los molinos reventaban con la cosecha echándose a perder. Cuando uno no podía dejar que salgan sus hijos solos, porque los podían robar para cocinarlos, o las mamás optaban por sacrificar a sus hijos más pequeños para alimentar a los mayores. Es una de las razones por las que te pido que no me digas «rusa». En honor a las pequeñas hermanas de mi abuelita que fallecieron en esa hambruna, en honor a los que se veían obligados salir a buscar alimento y nunca regresaron, quedándose tendidos en la acera, expulsando su último aliento.

Pero ¡eso es historia! -dirás, y tendrás razón-, pero a ese comentario también voy a tener mi «¿lo sabías tú?»

¿Sabías tú que en 2014, aprovechando la revolución ucraniana, o el enfrentamiento, llamado Maidán, en contra del poder prorruso del presidente Yanukovich, Rusia empezó una guerra a escondidas en Ucrania? Te parece increíble, ¿verdad? Pero si te metes en la Historia, te vas a encontrar el método que usaba el gobierno soviético para apoderarse de la República Checa, del Berlín de posguerra y por fin de Ucrania: enviar a su gente, como locales para causar disturbios en el país asignado y al lograrlo, anunciar que el gobierno de este país no logra controlar la situación y manda tropas en plan de «ayuda». Así pasó con Ucrania y hasta la fecha no se ha terminado. Y no creas que odio a los rusos, ¡al revés! Tengo familia allá, amigos y hasta trabajo a gusto con ellos, pero aún así no, no me llames «rusa», porque no lo soy, soy ucraniana en cuerpo y alma, sin importar en qué parte del mundo esté.

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