NOSOTROS y nosotros (SEGUNDA PARTE)

Continuación de la primera parte

Puede que lo que ocurría hacia el Este de la línea de guerra fuera algo parecido, pero sin duda se desarrollaba de una forma muy distinta y menos articulada, en el contexto mucho más estrecho de la Europa del Este.

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Sería mejor no hablar aquí sobre el desarrollo ideológico-emocional de los compañeros de viaje de Sherej. Es un tema muy complicado. La transformación en europeos exige mucho tiempo y puede resultar inacabable. La armonía entre lo tuyo heredado (hasta no hace mucho lo único y natural) con lo adquirido, en apariencia ajeno (en realidad también propio, sólo que aún por comprender), existe como aspiración, pero nunca en su perfección final. Por esa razón, habría que escribir sobre dicha europeización extensos libros y no meros artículos ocasionales.

El surgimiento de los primeros abismos (o no abismos sino, digamos, barreras psicológicas) entre los que huyeron y los que lucharon significó la primera diferencia entre los dos “nosotros”. Ahora, en Ucrania, no se habla sobre esta barrera. El pueblo ucraniano es cortés, pero no cabe duda de que, entre todas las barreras aparecidas hasta ahora, ésta es para nosotros1 la más dolorosa. La guerra se percibía (creo que como sigue siendo hoy día) como un deber, como una amarga obligación, como un asunto de honor o como la obtención del diploma del derecho a llamarse “humano”. Stalin fue fuertemente criticado casi en todas sus acciones, pero, según entiendo, nadie pudo distinguir su verdadera concepción de la guerra, que era únicamente una continuación de la política de destrucción del pueblo mediante el terror y la desolación de la cultura; tampoco nadie pudo proponer otra posible concepción de la guerra que no costara tanta sangre y no llevara al reforzamiento de la dictadura sobre el pueblo. El éxito de la Stalin-propaganda en su concepción de la guerra es, hasta ahora, innegable y completo. Los sufrimientos del pueblo fueron utilizados para santificar esta concepción. Este cemento tenía una fuerza invencible. Pero la emigración tampoco pudo oponerse a las ideas de Stalin con una visión más humana, ni siquiera teóricamente (ella no tenía armas de fuego y aviones).

Detrás de esta primera y más profunda desigualdad entre nosotros1 y nosotros2 se daban otras distintas. En Ucrania la idea y el programa de aislamiento del Oeste (“frontera bajo cerradura”, que funcionó de forma muy práctica) tenían como objetivo crear en las personas una imagen caricaturizada de un Occidente “cosmopolita y desarraigado”. Dicha idea y dicho programa se realizaban haciendo uso de los campos minados que se extendían desde el mar Blanco hasta el mar Negro.

Por otro lado, el canal hacia el norte o el este permanecía siempre abierto: nunca faltaba dinero ni patetismo para la propaganda de la cultura rusa. El ridículo de la situación se escondía en el hecho de que la presencia excesiva de elementos ajenos a la población y cultura era financiada por los propios ucranianos. Casi cada persona se volvía bilingüe y bicultural. La comunicación entre el resto de naciones que formaban parte del imperio soviético existía, pero nunca alcanzaba tanto nivel de saturación y fuerza como la que se mantenía con Moscú. En su mayoría ésta servía como transmisora de una misma idea: el hermano mayor como inspiración para el resto. Normalmente estas relaciones carecían tanto de contenido como de forma nacionales. Simbólica y psicológicamente las repúblicas no tenían nacionalidad. Eran visiones de países, naciones fantasma. Ahora podemos criticar la concepción de Brézhnev de una nación soviética unida, que se consiguió construir gracias no tanto al uso de todas las fuerzas y medidas posibles que como bien sabemos se pusieron en marcha, sino a la eficacia de sólo algunas de ellas, muy particulares. A todo esto hay que añadir millones de procesos que terminaban por uniformar la vida de cada persona; su efecto acumulado era, supongo, comparable al de todas las campañas políticas generales del régimen.

Todo aquello no tenía nada que ver con los emigrantes ucranianos, de hecho éstos ni siquiera estaban al corriente de lo que sucedía en Ucrania en aquella época. Tampoco conocían los procesos culturales que tenían lugar en su tierra y menos aún sus, en palabras del propio Shevchenko, “со-узників”. No existía en Ucrania ninguna persona inteligente o medianamente inteligente que no conociera a Aitmátov, Rasputín, Voznesenski y un largo etcétera de autores, o que no leyera cada obra nueva simultáneamente con sus lectores en Rusia. Si no hubieran leído sus obras aquello se habría considerado como una extravagancia o incluso como un intento de oposición política. Pero ¿quién habría conocido sus escritos o siquiera sus nombres entre los ucranianos del Oeste? Ivan Dziuba publicó, bajo la presión de las circunstancias, un libro sobre cuatro escritores bielorrusos y lituanos con un llamativo titular: “Sobre el pulso de la época”. Este titular tenía obviamente dos significados, dado que dichos escritores “mantenían sus manos sobre el pulso de la época” y cada lector y crítico vivía según este pulso leyendo a los mencionados escritores. Según estos criterios, el lector emigrante carecía de toda posibilidad de estar conectado con lo que ocurría en su época.

[NDT: El término “со-узники” fue creado por Taras Shevchenko a partir de la palabra “союзники” tras el cambio de la letra “ю” por “y” y la adición del guión con el objetivo de transformar su significado original de “aliados” (“союзники”) a “co-prisioneros” (“со-узники”); este término crea un juego de palabras en ucraniano debido a su similitud sonora]

[NDT: En ucraniano, la expresión mantener las manos sobre el pulso significa tener algo bajo control]

Existe una diferencia entre cómo se mide el tiempo en Moscú, en París o en Nueva York. En 1990 en Ucrania se intentó cambiar el huso horario de Moscú al tiempo de Kyiv. Aquella transformación fue pensada, supongo, como un cambio no sólo técnico sino también ideológico. Hasta aquí estamos hablando sólo de intentos sin verdaderas consecuencias. A pesar del huso horario diferente, las jornadas se mantuvieron iguales, del mismo modo que las rutinas del día a día. Durante años nosotros1 flotaba en la corriente agitada por Moscú sin poder hacer nada, como corcho en un remolino. Tampoco el destino, la acción y el orden de los pensamientos de aquellos ucranianos que fueron arrastrados por las olas de la historia hasta la orilla del Oeste eran más que “corcho” (no contamos con los ucranianos del Oeste que se aislaron de ambas corrientes, se enterraron en el fango y vivieron con la inercia del pasado; ellos constituían la minoría y su posición poco fructífera se atascó en el barro). La situación de los ucranianos del Oeste, que difería de la Ucrania interior, estaba mejor considerada a causa de los movimientos sociales que allí se daban. Mientras, en el Este reinaba algo que oficialmente obtuvo el nombre de depresión y que en realidad se trataba de una corrupción extremadamente degenerada.

En la Revolución de octubre ya el antiguo contraste entre Este y Oeste fue reforzado por la fatal caída del nivel cultural del liderazgo político del Este. Aquí doy un simple criterio: si al lector de este texto le interesa dicho asunto, ha de saber que el número de dictadores que tenían formación de nivel superior era, casi por completo, cero. En la gran cola de indoctos y analfabetos la posición de líder pertenecía, legalmente, al propio Stalin. El nivel cultural de cualquier liderazgo político influye obviamente en el nivel cultural de un país, y si el régimen es una dictadura, esta influencia adquiere rasgos apocalípticos. La verdadera educación y el alto nivel cultural se convierten en un billete directo al Gulag y para evitar “el viaje” se necesita de todo un conjunto de actitudes: pasar desapercibido, guardar silencio y crear un sistema entero de mentiras. El Oeste tampoco se había salvado de la degeneración y primitivismo. Pero aquí estos procesos no tenían aspecto de ser tan activos, obligatorios y terroristas. En Europa no se confiscaban ni quemaban libros. Es verdad que a veces los tiraban a la basura más bien por voluntad propia que por obligación legal; sin embargo, a los creadores del mundo de la cultura no los encarcelaban en prisiones o en campos de concentración ni los mataban a tiros.

Ellos tenían la libertad de elección: podían “cantar al unísono” con sus consumidores potenciales, ajustarse a sus gustos sin pretensiones o, por otro lado, acabar en un estado vegetativo consecuencia de un mercantilismo brutal y de un mal gusto imperante hasta que no se acabasen los tiempos de desconocimiento y que llegasen a la cumbre del reconocimiento por el establishment.

[NDT: GULAG es un acrónimo para denominar a la Dirección general de Campos de Trabajo de la Unión Soviética]

Todos estos amargos, generales y muy simplificados pensamientos están vinculados al problema del deseo de comunicación entre un autor del Oeste (en este caso se trata de mí) y sus lectores nuevos del Este. Desde hace cincuenta años dicho autor y lectores vivían en diferentes ámbitos culturales conociéndose poco entre ellos. Ambos se diferenciaban en el idioma, la ortografía, el nivel de emocionalidad permitida, el sistema de asociaciones y vínculos, los rasgos de perspectiva general y el círculo de problemas habituales por indagar. Y así suma y sigue. Aún así todavía están interesados el uno en el otro; tienen muchas ganas de conocerse, puede que hasta incluso se necesiten entre sí. No importa que las reacciones entre ellos sean diferentes y a menudo imprevisibles. Algo que para uno sería un matiz técnico para el otro podría producir una reacción inesperada.

Voy a poner un ejemplo concreto para demostrar esa diferencia entre las visiones y las reacciones. Hace poco tiempo, en un periódico de Kyiv, leí una crítica de una publicación bibliográfica. El crítico defendía que el bibliógrafo había puesto mucho esfuerzo en dicha publicación. También afirmaba: “el autor dispone de mucho conocimiento en el campo de los estudios ucranianos y es una persona comprometida con la Ucrania-madre”. Yo casi solté el texto en un impulso repentino: para empezar, “en el campo” es una seña de identidad de los Naródniki, expresión muy extraña cuando se trata de una investigación científica. Aún más, la devoción a “la Ucrania-madre”, según mi opinión, es también un sello de los Naródniki, y sobre todo es demasiado emocional e inapropiada para el tema de dicha bibliografía, así como para su género científico. Supongo que cualquier lector de la Ucrania interior ni siquiera pondría su atención en estos excesos de emocionalidad. Como podéis observar, el estilo y los patrones son diferentes.

Aquí en el Oeste, nosotros (nosotros2 ) hemos dejado de trabajar en este estilo, hemos llegado a ser más discretos y sobrios y a controlar el exceso de sentimientos y de generalizaciones fáciles. No existen criterios objetivos para reclamar que un estilo sea mejor que otro. Sin embargo, la diferencia entre los estilos y, tal vez, los niveles emocionales se da por hecho. Otro ejemplo de una dimensión casi sagrada: nosotros también estamos a favor del tridente como escudo nacional, pero no lo llevamos sobre nuestro pecho, como por supuesto no nos vestimos a diario con camisas bordadas… En inglés hay dos palabras muy apropiadas para caracterizar expresiones humanas: understatement (atenuación, calma en la evaluación) y overstatement (exageración, tanto en el significado como en la emoción). A nosotros nos describe ahora más el estilo understatement. No estoy seguro, pero supongo que semejantes colisiones entre el estilo habitual y el ajeno existen en la percepción de las expresiones emigrantes por los lectores o interlocutores de la Ucrania interior. Son detalles, pero poseen un gran poder irritante. Voy a pedir a mis lectores de la Ucrania interior que no se rindan tras la primera reacción. Los autores de aquí y los lectores de allá somos diferentes.

Hemos vivido medio siglo separados. No nos enfademos. A pesar de todo, tenemos más en común de lo que pudiera parecer, dado que pertenecemos a aquel NOSOTROS con mayúsculas.

Lo que es más importante es la desemejanza de entendimiento en la función de la literatura (como parte más amplia de la noción de cultura) y cuál debería ser la estructura de una literatura nacional en su integridad. En Ucrania, como en toda parte del mundo gestionada desde Moscú , reina un entendimiento utilitario de la literatura. La literatura allí está enfocada, digamos, a “educar” a los lectores. Este hecho ha sido proclamado durante muchos años desde las tribunas más altas.

 [NDT: En el texto original el autor dice “кремля” que significa una ciudadela (kremlin); en este contexto se refiere a Moscú]

Andréi Zhdánov, con la autopersuasión propia de un ignorante absolutista a mediados de los cuarenta, culpaba y castigaba a los escritores, destruía a las personas y las organizaciones que, según su opinión, no se adherían a dichos principios. Desde aquellos tiempos ha cambiado el tono de estas instrucciones, pero para nada su sentido. Leo en “Літературна Україна” : “El Partido cuenta con la pensativa y equilibrada palabra de cada escritor comunista. Hoy en día son más necesarios que nunca los argumentos en defensa de la revolución, de Lenin, del partido, de la ley y de la democracia”. La literatura en dicha concepción es una herramienta “pedagógica”, y “el pueblo” es considerado como “el alumno permanente”. No es nueva esta idea, ya había venido a nosotros desde el Imperio Bizantino, donde los géneros dominantes eran interpretaciones de la Sagrada Escritura y de los sermones religiosos. Todos ellos eran instructivos y pretendían adoctrinar, de hecho entre ellos no podríamos imaginar algo como el entretenido y sacrílego “Gargantúa y Pantagruel”, el “Decamerón”, el tragicómico “Don Quijote”, los amargos y los alegres payasos de Shakespeare, el bipolar Hamlet y el trágico Rey Lear. Todo esto se levantó en el Oeste, donde la literatura no tenía que ocuparse de las tareas no inmanentes a sí misma como la pedagogía, y tampoco competía con las profecías de la iglesia.

[NDT: “La Ucrania literaria”, un periódico de tirada nacional]

Cuando miramos a la realidad con los ojos abiertos, nunca y en ningún lugar el lector escoge dicho tipo de literatura para aprender a pensar o comportarse. Ni siquiera en el imperio de los Zhdánovs. No. El lector busca y sigue buscando el libro interesante con el que puede pasar buenos momentos de ocio. Su interés puede fundamentarse en la intriga (¿qué va a pasar luego?), o en el tema, o en la psicología, o en el estilo de la lengua, pero siempre existe algún interés. Dicho de otra manera, una obra literaria puede tener una función educativa, si el autor así lo desea, pero esto no es para nada obligatorio, ya que no constituye ni la función ni el sentido propio de dicha obra. El rey Lear no enseñaba a sus hijas a obedecer a su padre, ni Don Quijote enseñaba a los caballeros envejecidos a luchar contra molinos de viento. Y, si seguimos con el tema, los bolcheviques tuvieron éxito en la Revolución de octubre a pesar de que ninguna obra literaria les enseñó ni qué debían hacer ni cómo debían hacerlo. La literatura es algo amplio que puede contener datos geográficos e históricos (cómo vive la gente en otras latitudes y cómo vivía esa gente en el pasado); también puede incluir enseñanzas, aunque, como muestra la experiencia, los lectores pasan las páginas que las presentan sin leerlas (un ejemplo de ésto nos recuerda las partes histórico-filosóficas de “Guerra y paz”, o las religiosas y filosóficas de “Los hermanos Karamazov”). Todos éstos son rasgos secundarios e innecesarios (como también lo es, por supuesto, el deseo de realismo).

En el Oeste, todos estos hechos son evidencias primarias. Sin embargo, en el Este, nosotros todavía andamos en la tradición de Basilio el Grande, Gregorio Nacianceno y Andréi Zhdanov. Enseñamos, creamos “imágenes positivas del joven héroe”. Tenemos miedo de quedarnos en algo que es meramente interesante, de capturar al lector con exclusivamente nuestra propia habilidad. […]

Si los escritores son profesores y los lectores son alumnos, es evidente que hay que proteger a los últimos de malos profesores. Así, la literatura se divide en verdadera literatura culta y en literatura comercial, de venta, de bajo nivel. A la literatura verdadera se le declara una especie de yihad: el enemigo avanza y los escritores (de literatura culta) suplican ayuda y defensa al estado, a la vez que se sienten muy molestos ante dicho amparo. La situación parece de veras ser crítica y la vida de los escritores y de la cultura en general parece correr un peligro real. Gritos de alboroto y clamores de desesperación pueden llevarnos al abismo de un negro pesimismo.

No podemos decir que en el Oeste el problema del apoyo estatal a la literatura culta no exista, pero sí que allí se resuelve más tranquilamente y con modos propios inmanentes al asunto. Existen tantos escritores diferentes como diferentes lectores. No a todos los lectores les apetece una obra maestra. Hay gente con un gusto al que podemos llamar vulgar. ¿Por qué no darles lo que les agrada?

Si la literatura no ha de enseñar, no es necesario preocuparse de que la “baja” literatura exista. Demos a sus seguidores lo que desean. ¿Son la mayoría? Pues que las ediciones sean más grandes. De este modo el mundo no se destruirá ni tampoco la literatura morirá. En París hay teatros de bulevar y en Nueva York, de Broadway. Existen y dan beneficio. ¿Son, para vuestro gusto, primitivos y vulgares?

No los visitéis. París también tiene su ópera y su Comédie-Française, y en Nueva York existe la Ópera Metropolitana. Éstos sí que necesitan subvenciones, pues no podrían sobrevivir con los beneficios que ellos mismos generan. Así, reciben dichas subvenciones. De esta manera, cada lector o espectador obtiene lo suyo y a nadie se le obliga a “ascender” a un alto nivel cultural. Por eso la sociedad no se degrada ni la cultura deja de existir. Existe una estructura social. La composición de la cultura presenta muchos niveles y cada uno tiene su lugar, elegido por su propia voluntad. (La diferencia es que el estado allí no está bajo la gestión de líderes analfabetos, aunque también en el Este crece, poco a poco, el liderazgo iluminado.)

La cultura de “bajo nivel” no debe ser inhabilitada. Según mi opinión, Schubert es mejor que Duke Ellington, pero si a alguien le gusta Duke, por supuesto que lo disfrute. Es verdad que ninguna cultura está libre de tabúes de diversos tipos, pero el Oeste (y con él, los ucranianos del Oeste, los mismos nosotros2 ) los sufre mucho menos que el Este, porque ha heredado un Renacimiento, tradiciones griegas y romanas y, después, democracias burguesas. El Este se atascó en su bizantinismo por muchos siglos, tanto en su cultura como en su autocracia tiránica.

Un ejemplo de ello es que en el Este predomina el tabú de la erótica. Según la literatura ucraniana, las mujeres ni siquiera “dan a la luz” como tal, sino que encuentran, entre las plantas de col, a sus niños, que han sido colocados allí por cigüeñas. ¡Que vivan las cigüeñas! Pero no son suficiente para asegurar el crecimiento de la población. Entonces, que les ayuden los escritores. Desde luego es sólo un ejemplo. Tabúes existen, son numerosos y no sólo sobre lo erótico. Podría hablar mucho más sobre la diferencia entre la literatura ucraniana del Oeste (nosotros2 ) y la del Este (nosotros1 ), pero el asunto es inagotable. Sólo pretendía mostrar a los ucranianos que viven en Ucrania un aspecto del mundo de una persona que, por supuesto, empezó en el Este, pero que aprendió y cambió viviendo en el Oeste. Mis amigos de Kyiv, Kharkiv y Lviv me dicen que estas observaciones, estas observaciones mías, pueden ayudarles a levantar un puente, no tras el abismo (¡que Dios nos proteja!), sino a través de unos cuantos obstáculos y dificultades. Como escribe Arkadiy Lubchenko, para aquellos que a ciegas vagan desde el Este hacia el Oeste: ¡buen viaje! Nos comunicaremos.

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