El autor del artículo: Yuriy Shevelov (17 de diciembre de 1908, Járkiv — 12 de abril de 2002, Nueva York, Estados Unidos), lingüista, historiador de la literatura ucraniana, crítico de literatura y teatro y publicista, un participante activo de la vida científica y cultural en la emigración.
Traducción del ucraniano: Igor Prokopyuk
Mis amigos de Kyiv, Kharkiv y Lviv me dicen que, puesto que soy un autor casi desconocido en Ucrania, debería dirigir a mi tierra unas palabras sobre mí.
Creedme cuando digo que el hecho de que una persona tenga que debutar con más de ochenta años no carece de ridículo. Esta persona ya canosa, calva, encorvada y cansada de la vida ha escrito una cantidad considerable de libros, y eso sin hablar de la cantidad de artículos que también ha escrito. Ahora esta persona retoma el papel de un principiante. Pero eso es lo que soy.
Entonces ¿cómo sería pintar mi propio autorretrato? En la pintura, este género es totalmente legítimo. Dudo de que hubiera muchos pintores que trabajaran este género y no dejaran uno o más autorretratos, pero en el arte de la palabra tenemos reglas distintas: se considera de buen gusto no exponer al propio creador como el objeto de una obra escrita, es decir, es positivo que la percepción no se centre en el propio sujeto que escribe. Se suele esconder la imagen detrás de las demás, se finge que ni siquiera aquella existe, y lo que queda, tanto para los lectores preparados especialmente (los llamamos críticos) como para los no preparados, es reconstruir la personalidad del autor con su propio esfuerzo e imaginación. De hecho, forma parte del juego literario: yo oculto, escondo tras varias máscaras, despisto con detalles falsos, y tú, lector, adivinas, descubres lo escondido.
Cuanto más profundo se halle, más interesante se pone el juego. Los críticos se alimentan de este hecho al igual que lo hace un lector “normal”, ya que, en cierto modo, éste también se crea una imagen del autor para sí mismo, evitando los obstáculos o incluso las barricadas detrás de las cuales se ha escondido el autor. En la pintura, el género del autorretrato también presenta elementos de caracterización y, por lo tanto, involucra imaginación. Pero no carece de autenticidad o adecuación. Al mismo tiempo el arte de la palabra no se acerca a tanto nivel de identidad o, mejor dicho, de ilusión de identidad.
Podemos ir incluso más allá con estos razonamientos. Lo entienda el lector o no, lo diga en voz alta o se lo calle, dado que la percepción de lo imaginario en las obras escritas es tal que cuanto más sinceridad y adecuación presenta el autor, más sospecha el lector que existe una deformación (sin importar que sea negativa o positiva) y menos cree en lo que lee. Sólo en la evocación los autores pueden acercarse a la verdad (o a la ilusión de la verdad), pero es difícil incluso en el caso de que en dicha evocación hablen de sí mismos. Ésta es la razón por la cual el género del autorretrato no se aplica en obras literarias. Humboldt (y después, en Ucrania, Potebnia) intentaba cargar con la responsabilidad de la eterna insuficiencia de la palabra a la psicología de la percepción: “toda comprensión es incomprensión”. Goethe estaba más cerca de la verdad cuando denominaba a sus propios recuerdos “Dichtung und Wahrheit” (“Poesía y verdad”). Pero ni siquiera esta fórmula cubre todas las posibilidades. Podemos reconocer en ella una confesión de la existencia de una invención, pero la idea que quiero expresar se basa en que no sólo están juntas (la verdad y la invención), sino que se unen entre sí.
Asumamos que me he rendido a los consejos de mis amigos y que comencé a escribir mi autorretrato (en otras palabras, mi autobiografía). Probablemente empezaría así: “yo nací…”, pero ya ni siquiera eso sería del todo cierto. Yo no pude nacer, me hicieron nacer y, además, sin pedirme ningún permiso. Un comienzo tal sería tan sólo el principio ya no de una mentira, sino de lo que podríamos llamar un “desplazamiento de la realidad”. Por esta razón, desde no hace mucho tiempo, he puesto en circulación otra palabra más delicada, extraída del diccionario de los pensamientos: la palabra “олжа”.
[NOTA DEL TRADUCTOR (NDT): No existe traducción directa de este término por el hecho de que fue creado por el autor del artículo. Una posible interpretación de esta palabra sería “engaño”.]
Resumiendo: lo que yo he decidido no es “pintar” mi autorretrato. Me resulta más apropiado que el lector lo construya solo. En el libro he incluido varios artículos de las últimas décadas.
[NDT: El autor se refiere a su tercera colección de artículos literarios y críticos, “La tercera guardia”, donde fue publicado el presente artículo, 1991. La primera, “No para niños”, fue publicada en 1964; la segunda, “Segundo turno”, en 1978. Aquí, al traducir, he omitido dos frases que describían momentos técnicos.]
Lo que mi autorretrato produciría en la imaginación del lector sería el boceto de “un artista en su avanzada edad”. Y para ello no hay escapatoria posible. Incluso Rembrandt era incapaz de representar en un solo retrato todas sus edades (su retrato de juventud es totalmente distinto al de su retrato de madurez). Desde un punto de vista, digamos, “pedagógico”, podría ser más hábil proponer a mis lectores compatriotas que viven en Ucrania, no esta tercera colección tal y como es, sino presentar un conjunto de artículos de las tres. Pero parece que es mejor seguir con Rembrandt y no mezclar pasado y futuro. Antes me gustaba comenzar a ver las películas por el final en vez de verlas desde el principio. Ahora eso me parece extraño, pero en fin, ¿por qué no? Más bien la pedagogía es útil pero no en el arte de la literatura. Que Dios la bendiga. Yo no sé nadar, pero puedo entender perfectamente el razonamiento de que la mejor forma de aprender a nadar sería que te tirasen al agua. Si el lector no tuviera el valor y deseo necesarios de aventura, nunca se atrevería a tirarse al “mar” (o mejor dicho, a la piscina) de palabras.
Como ya he dicho, no seguiré los consejos de mis amigos de Kyiv o Kharkiv y no escribiré mi autorretrato. Pienso que existe un tema más útil y, sobre todo, más interesante. Será un tema, por cierto, mucho más amplio. Este tema lanzará involuntariamente algunos reflejos de luz hacia mi modesta persona, pero eso será sólo su aspecto colateral que no depende ya de las intenciones ni de los deseos del autor.
Para empezar, recordemos algunos hechos históricos y fechas importantes. En 1991 se cumplen justo cincuenta años desde el momento en que la gente de un origen idéntico al mío se encontró fuera de la Ucrania Soviética. Se encontró es aquí casi una cita que, quizá, debería escribir entre comillas. La verdad es que nosotros no nos encontrábamos al otro lado de la línea de guerra, ni después con la frontera o las fronteras. Nosotros deseábamos y buscábamos eso, pasando por dificultades, peligros y amenazas. Actuábamos con toda consciencia. Desde luego, no sabíamos bien qué encontraríamos exactamente al otro lado, pero estábamos convencidos de que no queríamos vivir en las condiciones en las que se nos obligaba a vivir antes. Lo que es hoy en día casi una frase estándar (se encontró) es una nueva laguna en la memoria histórica que se ha estandarizado después de la eliminación de algunas otras lagunas, es decir, de algunas otras verdades no contadas. En la época en la que nos situamos, sin embargo, no se encontraron fuera de la Ucrania Soviética Arkadiy Lubchenko o Todos Osmachka, así como tampoco centenas o miles de personas que recorrían la misma o semejante ruta de la vida.
En la misma mentira (perdón, “олжа”1 ) se convierte el término “diáspora” cuando lo aplicamos a la experiencia de aquel gran número de personas (decenas y centenas de miles). No hemos sufrido ningún tipo de dispersión (me refiero al significado etimológico de dicho término), sino que el abandono de la patria fue elegido por nosotros conscientemente; fue verdaderamente una emigración política. Evidentemente, lo que nosotros buscábamos no era ningún tipo de aislamiento de nuestro pueblo, ni de su cultura o destino. Lo que ocurrió fue que no pudimos ni quisimos vivir en aquel sistema político que hubiera sido nuestro destino. Sin embargo, dicho sistema se ocupó de que aquel aislamiento se hiciera real. El sistema limitó el intercambio de pensamientos e ideas entre las personas. El vergonzoso lema “Frontera bajo cerradura” fue convertido en objeto de honra y casi de orgullo. La más digna noción de cosmopolitismo y de hermandad entre culturas y perspectivas fue reducida a cenizas (y así se ha mantenido, en gran medida, en Ucrania hasta ahora).
Ocurrió que las personas que huían se enfrentaron a la tarea de encontrarse a sí mismas en condiciones de aislamiento. Todas ellas tuvieron que aceptar su nueva realidad. Intentaban buscar un posible rumbo mediante la autoorganización y la cohesión. Durante los primeros años después de la guerra se crearon diversos partidos políticos ucranianos, se lanzaron periódicos y se fundaron editoriales, teatros e instituciones científicas. También nació, digamos, un pueblo autónomo formado por gentes receptoras de aquella producción cultural. En los territorios aplastados de Alemania y Austria y en parte de Italia, se iba desarrollando una imaginaria “segunda Ucrania”, cuyas relaciones con el oeste fueron menos que mínimas, casi inexistentes.
Tres o cuatro años después de la guerra, esta ilusión de dicha “segunda Ucrania” espiritual se derrumbó. Desde 1949-1950, los emigrantes de diferentes raíces (tanto de la Ucrania Soviética, como de Galichiná [en aquel momento bajo el dominio de Polonia] o de Checoslovaquia) poblaron diversos países y partes del mundo: América, Canadá, Australia, Argentina, Francia, Bélgica, Inglaterra… etc.
Estos territorios presentaban un estilo de vida y unas tradiciones culturales y políticas completamente diferentes a aquellas a las que los inmigrantes estaban acostumbrados. Una buena parte de la población emigrada o, mejor dicho, ya inmigrada, mantuvo sus propias costumbres, perspectivas y preferencias. En cierto modo, así sigue siendo hoy día, aunque ahora hablemos ya casi exclusivamente de una tenaz minoría. Sin embargo, la gran mayoría de los inmigrantes asimiló, en diversas medidas y formas (unos en política, otros en cultura y todos en estilo de vida, ya que ¿quién pudo resistirse, por ejemplo, a la televisión local?) todo aquello que era nuevo, pese a que fuera intrínsecamente ajeno a lo propio. La mayor parte de los jóvenes presentes en aquellos grupos dejó progresivamente de utilizar su idioma de origen, y así comenzó el total abandono de los viejos gustos y la tradición en general (excepto, claro, en el caso del borsch y de los varenyky que, si no eran los más significativos elementos de la herencia cultural, eran seguro los más continuos).
[NDT: Platos nacionales de Ucrania]
No conservamos, por desgracia, ningún documento escrito sobre cómo asimilaban los inmigrantes las nuevas costumbres y escenarios a los que se enfrentaban, y creo que tal documento nunca será escrito. Existen dentro del pueblo ucraniano numerosos micro-procesos sociales, poco visibles debido a su pequeñez, que me hacen dudar de esta posibilidad y, además, los autores inmigrantes no suelen centrar su atención en los hechos de asimilación, sino que suelen ocuparse de conservar la tradición y las herencias culturales e intelectuales. Tampoco intentaré convertir el presente artículo en ese tipo de documento, ni en un sustituto del que nunca fue escrito. Hay muchas similitudes en los destinos de los diferentes inmigrantes, pero el camino que cada uno de ellos recorre es propio y personal (aunque a menudo les conduzca a los mismos resultados).
Hoy en día, cuarenta años después de su entrada en el mundo nuevo y en el Nuevo Mundo (es como en Europa llaman a los Estados Unidos), podemos observar qué han encontrado los ucranianos en los nuevos territorios y qué es diferente en su manera de ver el mundo comparado con la forma habitual en Ucrania. Hoy podemos ya hablar sobre dos “nosotros” ucranianos: uno en Ucrania (nosotros1 ) y otro (nosotros2) fuera de su territorio hacia el oeste (incluso en Australia, sin ser propiamente ningún oeste). No sabemos si sería prácticamente posible una interacción entre ambos, ni la creación de una espiritualidad común, que supondría la formación de aquel NOSOTROS ucraniano superior y con mayúsculas. Es un asunto muy problemático y nadie sabe si su consecución será posible en el futuro. En realidad, hoy día existen dos “nosotros” menores: uno en Ucrania y otro fuera.
Estadísticamente, dichos dos nosotros1 y nosotros2 son incomparables, como el ratón y el elefante. Sin embargo, en el campo de la cultura esta diferencia disminuye, ya que los ucranianos que se encuentran fuera del país han sido siempre los que representaban el porcentaje más amplio de la inteligencia ucraniana y del talento libre, y han podido crear mucha más cultura per cápita. Tenemos, pues, dos “nosotros” reales y un “NOSOTROS” ideal que no hemos creado todavía ni hemos comprendido, y que puede que sea inalcanzable. El primer acercamiento del lector ucraniano a Yuriy Sherej resulta ser también su primer acercamiento a aquel nosotros2 menor. Mas, si el lector ucraniano de la Ucrania interior necesita alguna introducción en la escritura de Yuriy Sherej, si necesita entender la diferencia entre los dos nosotros menores (y entender especialmente en qué se basa dicha diferencia, aspecto que considero bastante más importante que la biografía del autor), deberá comprender verdaderamente qué influencia ha ejercido sobre él y qué cambios de perspectiva ha producido en él el contexto cosmopolita occidental, casi exclusivamente permitido a nosotros2 y que puede parecer exótico e incluso extravagante para el lector de la Ucrania interior.
[NDT: Yuriy Sherej es uno de los pseudónimos de Yuriy Shevelov]
Ya en los años de la guerra comenzaron a surgir y a crecer diferencias en la perspectiva. Fue un breve período de tiempo, pero en la guerra un día significa un año. Estar a ambos lados de la batalla producía una experiencia totalmente diferente de la de situarse todo el tiempo sólo a uno. El lema “Mata al alemán”, creado por “Pravda” y esparcido por todos los periódicos parecía salvaje. ¿A todos y cada uno de los alemanes indiferentemente? ¿A un niño? ¿A un bebé? El lema se imprimía en color negro, pero daba la impresión de ser sangriento. Posicionarse conforme al lema “Au-dessus de la mêlée” (“por encima de la refriega”), formulado en el titular del libro de Romain Rolland y que fue tan típico de los tiempos de la I Guerra Mundial no era posible en esta segunda gran guerra. Pero alistarse a la brutal y zoológica destrucción… ¿Era eso una salida de la tragedia? El Hitlerismo distorsionaba la cara de Europa, pero por lo menos Europa existía y, aún más, Alemania pertenecía a Europa. Resultaba muy difícil revelar aquella verdad, aliviarla del peso de mentiras y delitos, pero poco a poco algo comenzaba a dejarse ver.
[NDT: “Pravda” (significa “la verdad”) es un periódico soviético]
Continuará…
Julio, 1991 Oh, Nueva York
Un comentario en “NOSOTROS y nosotros (PRIMERA PARTE)”