Ahora ya sé que no me iré de Ucrania nunca. A menos que sea para ponerme una prótesis. Tengo muchas ganas de que acabe esta guerra y de que nada ni nadie caiga en el olvido. A menudo me han preguntado la razón por la cual he ido a la guerra. ¿Por qué has perdido una pierna? Al principio respondía con calma, pero luego ya con cierta agresión contestaba que fui para proteger a mis padres. Para que ningún borracho y fumado pudiera echarlos fuera de su propia casa.
Fui para que aquéllos que me hacen estas preguntas no tengan que esconderse en los sótanos. Para que tengan la posibilidad de vivir tranquilos sin tener que ver el horror que está sucediendo en el Este de Ucrania. Algunas personas lo comprenden, otras, por desgracia, no. A 500 km de aquí hay una guerra terrible y no sé cómo es posible no comprenderlo.
Soy de Lviv. Antes del ejército, trabajé en el comercio. Una vez en casa estaba viendo un programa en la tele donde los chicos decían que no hay rotación porque no hay suficientes hombres para la guerra; hacían llamamientos a los demás para que no se escondiesen tras las espaldas de las mujeres. Yo tenía planes de salir al extranjero, para aquel momento ya tenía todos los documentos preparados para ir a Austria. Era mi sueño desde hacía ya tiempo, sin embargo aquel reportaje me cambió por dentro. No pude conciliar el sueño toda la noche. Y por la mañana me llamaron desde el ejército pidiendo que les trajese todos los documentos necesarios. Era mi destino. Ni siquiera dudé un segundo, fui allí y me entregaron una citación para ir a la guerra. En casa no dije nada a nadie de que me iría. Por pura casualidad mi abuelita vio la citación y me preguntó qué era eso.
El miércoles tenía que ir a Austria, estaba todo pagado, pero decidí lo contrario – y el sábado fui a la guerra. Fue una decisión muy importante.
Al principio nos llevaron a un centro de entrenamiento en el polígono de Yavoriv. Nos enviaron a la artillería de antiaéreos. Estuvimos allí 10 días y luego empezamos a formar listas y nuestro comandante dijo que nos mandaban a mí y otros tres chicos a la Brigada 24. Cuando estábamos en Kharkiv, nos informaron de que íbamos a ATO, y parte de los otros chicos que estaban con nosotros, fueron enviados al sur. Ellos siguen estando en las fronteras a día de hoy.
En Kharkiv nos dieron el material. Fui nombrado comandante de la 3ª división. Teníamos un equipo independiente y tuve a 7 personas a mi cargo. Cogimos los coches, las municiones y fuimos al frente. El primer puesto de control estaba a 160 kilómetros, pero tardamos en llegar más de un día, ya que la maquinaria se rompía constantemente.
Cuando llegamos a Khvorostyanivka donde se encontraba nuestro cuartel, nos agregaron al 6º escuadrón. Se me quedó grabado en la memoria el pueblo de Dmytrivka – era el primer punto donde paramos. Allí la gente estaba muy asustada. El pueblo había sido constantemente bombardeado a lo largo de las 2 semanas porque nuestras tropas estaban allí. Por culpa de los «Hurricane» y los «Tornados» habían caído muchos de nuestros chicos. Cuando caminábamos por el pueblo, nos topábamos con proyectiles sin estallar, había restos de la munición saliendo de la tierra. Todo alrededor estaba cubierto de fragmentos y astillas.
Por supuesto, la gente reaccionaba de forma hostil pensando que nuestra llegada significaría nuevos bombardeos. Y yo entiendo a esta gente. Sin embargo, algunos nos apoyaban de todos modos, nos lavaban la ropa, nos traían bollitos, etc.
Una vez fuimos con los chicos a ducharnos a casa de una civil y le pregunté que por qué nos estaba ayudando. Ella dijo que vivíamos todos en el mismo estado y que era ucraniana. Y por qué los demás no lo entendían, nos lo podía explicar. Ella cogió el mando de la tele, encendió el televisor y nos mostró que sólo había 4 canales y todos ellos – rusos.
Nos tuvimos que mover mucho de sitio hasta que establecimos punto fijo en Aheyivka, cerca de Schastya. Allí nos unimos con los lanzagranadas. Afortunadamente, no había disparos como tales en ese lugar.
Teníamos turnos de vigilancia de 12 horas cada día y noche. No teníamos ni tele, ni lámparas. Mientras la luna brillaba, se veía muy bien, pero desde las 3 de la madrugada aproximadamente, hasta el amanecer sólo te dedicabas a agudizar el oído y escuchar. Yo tenía el oído muy agudo, ya que reaccionaba a cada susurro. Nunca sabías quién y de dónde se te podía acercar. Tenía miedo por los chicos, porque aguantar alerta 12 horas no es lo mismo que 3. Se quedaban dormidos, por supuesto. Establecimos puntos de posición a unos 20-30 metro el uno del otro. Nos comunicábamos a base de susurros. Si intuíamos que alguno se quedaba dormido, nos alejábamos de la persona para dejarle dormir alguna que otra horita. De esta forma nos cubríamos mutuamente. Cuando había ataques, o incluso cuando sólo saltaba alguna alarma de señales, abríamos fuego sin previo aviso.
En muchas ocasiones ves que la gente ya no aguanta esta guerra psicológicamente.
Una vez un hombre mayor, que podría ser mi padre, empezó a llorar porque quería ir a casa con su familia. ¿Y qué puedo hacer yo en una situación así? Sólo me quedaba tranquilizarle con palabras, decirle que volveremos sin falta, que sólo tenemos que esperar un poco. Pero seguía llorando como un niño. Todo era muy inhabitual para mí. Es doloroso contemplar algo así. En la guerra llegas a ser un guerrero y convertirte en un psicólogo al mismo tiempo. Casi todos eran mayores que yo. Por alguna razón me ponía a tranquilizar a la gente. Y a veces las mismas emociones se me escapaban a mí con lágrimas en los ojos. Por supuesto, echaba de menos a mi familia. Pero en ningún momento me ha surgido duda alguna de que no tenía que haber ido a la guerra.
Allí sentí algo que nunca podría sentir en una guerra civil – la unidad y solidaridad del equipo, una fuerte amistad. A veces había personas algo más “independientes” pero en seguida se integraban con los demás. En general todos éramos una piña.
Yo quedé herido al final de uno de mis turnos de vigilancia: una bala me abrió una arteria en una pierna. Inmediatamente sentí un dolor muy agudo.
Nunca olvidaré, cómo yaciendo sobre el asfalto vi la muerte acercarse, que es cuando sentí el calor de mi propia sangre. Había tanta, que era como si nadase en ella. Aún siento su olor.
Las personas dicen que no tienen miedo en el momento justo antes de morir. Pero yo estaba al límite. No sientes ni el dolor. Al mismo tiempo experimentas una inmensa sed de la vida. Entonces empiezas a rezar sinceramente. Es aterrador. En este momento algo cambió en mi cabeza. Todo mi pasado brilló en un segundo. En seguida me di cuenta de todos mis errores.
Pero sobreviví gracias a los chicos. Me habían puesto un torniquete a tiempo.
Fui transportado durante 10 horas. Y ésta fue la causa de la amputación de la pierna. No había perdido la conciencia, aunque me hubiera gustado desconectar. Me llevaron a la clínica; allí me miraron pero no pudieron hacer nada. Yo gritaba pidiendo anestesia, tan fuerte era el dolor. Los médicos me inyectaron algo parecido a un ibuprofeno líquido – verdaderamente ridículo. Luego vinieron los chicos de la Brigada 95 y me inyectaron algo más decente. Empezaron a vendarme la pierna y me trasladaron al hospital de Novoaydar. Sin embargo allí tampoco me pudieron operar. Luego a la mañana siguiente me llevaron en helicóptero a Kharkiv. Me desperté en la UCI y vi a tantos chicos ingresados, y casi todos – con heridas tan terribles que daba miedo mirarlos, di gracias a Dios por tener problemas con una sola pierna. El estado de aquellos soldados no se podía describir con palabras, excepto una – la carne picada. Y con todo esto seguían vivos y respirando. Me preguntaba cuál era la razón por la cual sufrían tanto. No se puede decir esto, pero mirándolos me parecía que era más fácil morir. Todo aquello me impactó mucho.
Al día siguiente me dijeron que me iba a Kyiv. En Kyiv, no sé por qué, pero me sentí como en casa. Aunque mi casa todavía quedaba lejos. En seguida conocí a unos voluntarios que me acogieron y me dijeron que había ingresado en el día de mi cumpleaños. Me olvidé de que era 12 de octubre y que había cumplido ya 27… Desde luego que fue especial: podemos decir que había vuelto a nacer.
Me tocó un muy buen médico. Me dijo que era necesaria una amputación. Le contesté que hicieran lo que fuese necesario. Era difícil ver cómo reaccionaban mis padres a ello. Para mi padre, que tenía un carácter y espíritu fuertes, le fue muy duro soportar aquello. Duele ver algo así.
Después de la amputación me ingresaron en terapia intensiva ya que había empezado a sangrar, de lo que afortunadamente se dio cuenta una voluntaria a tiempo. Yo la llamaría mi ángel de la guarda. Me operaron de nuevo – me habían salvado por segunda vez.
Durante la rehabilitación continuamente me torturaban unos dolores terribles, pero me las arreglé para aguantar. Ahora animo a los demás.
En el hospital no importa quién seas, de dónde vengas o qué rango tengas. Todo el mundo entiende que si no nos apoyamos el uno al otro, nadie lo hará por nosotros. Esta toma de conciencia es la que nos mantiene ahora.
Yo soy muy optimista, me dieron 2 meses tan sólo para la cicatrización de heridas, pero en un mes y diez días ya empecé a andar con las muletas. El médico me animó mucho, cualquier cosa se puede superar con optimismo. Y no hay situaciones sin salida.
Ahora ya sé que no me iré de Ucrania nunca. A menos que sea para ponerme una prótesis. Tengo muchas ganas de que acabe esta guerra y de que nada ni nadie caiga en el olvido. A menudo me han preguntado la razón por la cual he ido a la guerra. ¿Por qué has perdido una pierna? Al principio respondía con calma, pero luego con cierta agresión contestaba que fui para proteger a mis padres. Para que ningún borracho y fumado pudiera echarlos fuera de su propia casa.
Fui para que aquéllos que me hacen estas preguntas no tengan que esconderse en los sótanos. Para que tengan la posibilidad de vivir tranquilos sin tener que ver el horror que está sucediendo en el Este de Ucrania. Algunas personas lo comprenden, otras, por desgracia, no. A 500 km de aquí hay una guerra terrible y no sé cómo es posible no comprenderlo.
Sé que recordaré para siempre esos dibujos y cartas de los niños, pues tengo un montón de ellos. Cuando llegaban a nuestras manos en el frente y nos poníamos a leerlos, reinaba un silencio absoluto. Para nosotros era como un soplo de aire fresco desde nuestro hogar. Donde no hay disparos. Una vez recibí una carta de una chica que escribía poesía. Leí el poema en voz alta para todos, era tan bonito y sincero. Y entonces me encontré con ella por una red social. Ella me ha estado visitando en el hospital y ahora hablamos a menudo.
Tengo muchas ganas de una familia y un hijo, ya que soy hijo único en mi familia.
Los estudiantes se me acercaban poniéndose en cola y me hacían preguntas: «Cuéntanos algo.» Quizás sonase cruel pero les decía: «Sed buenos estudiantes, sed sabios, haced todo lo posible para que la próxima generación viva mejor”. No tenéis derecho de estar perdiendo el tiempo ahora, ya que por vosotros están luchando y muriendo muchos chicos en el Este.» Y creo que prestaron mucha atención a mis palabras.
Ahora veo el mundo muy diferente. Antes, yo era un tipo de persona que apenas se interesaba por nada, salvo su propia vida. Ahora tenemos la intención de abrir una organización pública para apoyar a los chicos que están luchando en la guerra o los que han salido malheridos. Por lo menos ayudar a organizar la documentación. He encontrado a personas de ideas muy parecidas y espero hacer todo lo posible para que se hagan realidad.
Mientras estaba en cirugía vascular, los voluntarios iban de sala en sala grabando un video para que nuestros chicos se animasen a seguir.
Nunca pensé que iba a animar a alguien con mi ejemplo. Esta guerra no es en vano, aunque sea porque cambia a la gente. Ahora tenemos que reconstruir el país y no dejar que las cosas desvanezcan por sí solas. Por el bien de los que murieron y sufrieron allí, no podemos renunciar y darnos por vencidos.
Texto y fotos: Vika Yasynska, Tsenzor.NET
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Nazar Barylko Mykhailovych