TARAS SHEVCHENKO- LA HECHIZADA

hechizadaLA HECHIZADA

Brama el Dnipro y levanta

Olas que rozan el cielo.

Doblando los altos sauces

Aúlla con furia el viento.

La luna, de vez en cuando,

Entre nubarrones negros

Se asoma y desaparece

Como un barco en el Mar Negro.

No cantó el último gallo;

La aldea sigue durmiendo;

Sólo los mochuelos chillan;

Cruje sin cesar el fresno.

Por un soto umbrío,

Al borde del agua,

Ronda soñolienta

Una sombra blanca.

¿Si será una ondina

Que de noche vaga

Y acecha a un cosaco

 Por robarle el alma?

Pero no es ondina,

Que es una muchacha

(La pobre no sabe

Que ha sido hechizada).

Una bruja obliga,

A la moza cándida,

A andar por las noches

Como una sonámbula,

A esperar al mozo

 Que, cuando marchaba,

Volver prometía,

Pero tanto tarda…

No le cubrieron los ojos

Con la mortaja;

Ni con lágrimas lavaron

Su cara blanca.

Aquellos ojos castaños

Los sacó un águila;

Lobos comieron su cuerpo

En tierra extraña.

En vano espera al cosaco

La desdichada.

El gallardo mozo, nunca

Va a destrenzarla,

Ni le anudará el pañuelo,

Ni la acariciarla.

Ha de yacer el huérfano

En tosca caja.

Tal su destino es.

¿Por qué, Dios mío,

Por qué castigas un alma inocente?

¿Por amar con pasión a aquel cosaco

Que prometió volver y que no vuelve?

Perdónala a la pobre, que está sola

Como sin nido un pájaro y sin suerte.

Haz que dichosa sea la pobre niña;

Si no se mofará de ella gente.

Que amense el palomo y la paloma,

Que el halcón al palomo le dé muerte,

¿De quién la culpa?

Ella vuela triste,

Zurea, le busca… “Se ha perdido”, cree.

Sube hasta el cielo, le pregunta a Dios

Si ve al palomo que ella tanto quiere.

Mas ¿quién podrá decirle a la muchacha

Dónde para y qué hace su valiente?

Si dando de beber a su caballo,

Si luchando otra vez contra la muerte

O mirándose en otros ojos negros

Como entonces miró los que ella tiene.

 Si alas ella tuviera, volaría

Y encontraría al bien amado ausente.

Vivo, con más ternura lo amaría;

Muerto, preferiría ya la muerte.

No reparte su amor el corazón

Ni desea acatar lo que Dios quiere:

Vivir no quiere, ni sufrir tampoco,

Aunque la vida a ello la condene.

Esa es tu voluntad, Dios de los cielos.

Tal su desgracia es, su aciaga suerte.

El Dnipro está tranquilo.

Ella le busca en silencio.

Tras romper los nubarrones,

Junto al mar descansa el viento.

Sobre el agua y sobre el soto

Fulge la luna en el cielo;

Por doquier reina la calma.

De súbito, un chapoteo:

Salen del río unas niñas

Todas locas de contento:

“¡Ya salió nuestro sol, vamos

A calentarnos corriendo!”

(Sus trenzas son de carrizo,

Van todas en vivos cueros).

“¿Estáis todas, hijas mías?

Ahora, ¡a buscar de cenar!

Jugaremos, pasearemos

Y ¡a cantar! ¡Vete! ¡Vete!

¡Esto huele mucho a gente!

Me parió mi madre,

No me quiso bautizar.

¡Lunita, Querida luna,

Te invitamos a cenar!

Entre los juncos del río

Escondemos a un galán

Cejinegro, jovencito,

Que yace en el robledal.

De plata lleva un anillo.

¡No te vayas a marchar!

Cuando las brujas rondan,

Queremos jugar;

Cuando callan los gallos,

Nos has de alumbrar,

¡Alumbra! ¿Oyes andar?

Alguien está haciendo algo

En el robledal. ¡Vete! ¡Vete!

¡Esto huele mucho a gente!

Me parió mi madre,

No me quiso bautizar.

Hacia el roble van corriendo

En tropel, las condenadas.

Retumba el eco en el bosque,

A un paso de la alborada.

Y se paran de repente,

Y se quedan asombradas.

Alguien trepa por un roble

Hasta las ramas más altas.

Era aquella muchachita

Que soñolienta vagaba:

El hechizo de la bruja

La volvió tan desdichada.

Sube a la copa del roble,

Siente caérsele el alma.

Después de otear el campo

Desciende la sombra blanca.

Junto al roble, las ondinas

Boquiabiertas la aguardaban.

Al poner los pies en tierra,

Con cosquillas la maltratan.

La estuvieron contemplando

Largo tiempo embelesadas…

Después de cantar los gallos,

Se perdieron en las aguas.

Sobre el campo se remonta

La alondra de la mañana;

El cuclillo, como un tonto,

Dice cu-cu en una rama.

Trina alegre el ruiseñor,

La luna se va a su casa;

De rojo se tiñe el monte.

Faena el labrador y canta.

Se oscurece el bosquecillo

A la vera de las aguas,

Allí, dónde en otros tiempos

Los liajes  guerreaban.

Sobre el Dnipro azulean

Unas sepulturas altas;

Susurran los matorrales,

Corre el viento por las ramas.

Bajo un roble del camino,

Se ha dormido una muchacha.

Hondo debe ser su sueño:

No oye cómo el cuco canta,

Cómo le cuenta las horas

Que por vivir aún le faltan.

Del robledo, en ese instante,

Sale un cosaco.

Cabalga un caballo negro

Que va cansado.

“Cuando lleguemos, amigo,

Tendrás descanso.

No está lejos la casa

Del bien amado.

¿Del bien amado, digo?

¿Me está esperando?

¡Caballo mío, galopa,

Llegando estamos!

” El caballo va muy lento:

Está agotado.

Un áspid roe el corazón rudo al cosaco.

“Ese es el roble frondoso…

¡Y ella, Dios Santo!

Se durmió la pobrecita…

De esperar tanto.

” De un salto se plantó ante ella.

“¡Ay, Padre Santo!”

Le cubre el rostro de besos.

Todo es en vano.

“¿Por qué aquellas malas gentes

Nos separaron?”

 Toma carrera y se lanza

De cabeza a un árbol.

A la siega van las mozas,

A la siega van cantando:

“Adiós, hijo de mi vida,

Combate valiente al tártaro”.

Debajo de un verde roble,

Un caballo cabizbajo.

Y al pie del árbol, un mozo

Y una moza están tumbados.

Las mozas, muy despacito,

Van a ellos con cuidado,

Pero al ver que estaban muertos,

Como locas escaparon.

Vienen las amigas,

Enjugando el llanto;

A cavar las tumbas

Vienen los cosacos;

Llegaron los popes;

Campanas sonaron…

Y les dieron tierra,

Como a dos cristianos,

Junto a un caminito

En el mismo campo.

Decir nadie sabe

Por qué los mataron.

Un tilo, en la tumba

Se alza del cosaco;

En la de la moza,

Un sauce plantaron.

Viene aquí el cuclillo

Con su pobre canto;

El ruiseñor trina

Casi sin descanso:

Mientras haya luna

Estará cantando.

Vuelven las ondinas,

Cesará su canto.

cosaco

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