¿Qué dirá el primer político ucraniano al volver a Crimea, ya como parte de Ucrania?
Aeropuerto. Avión. Acercan la escalera. ¿Y qué dirá en esa escalera? ¿Lo más importante y arcano?
Seguramente, «os traemos pan».
No podrá decir nada más, ya que la única Rusia que aceptará devolver la península será un país en el cual a los habitantes de la periferia haya que llevarles comida y estabilidad.
Es importante entender esto: el precio de muchos cambios está condenado a ser muy alto. Por ejemplo, para Ucrania dar una respuesta a la discusión acerca del número de lenguas estatales ha sido posible sólo como consecuencia de la agresión del Kremlin. Si la guerra no se hubiera producido, el país discutiría sobre historia, el color de las banderas e integración.
Y si nos alejamos de lo políticamente correcto hemos de reconocer que esto ha sido posible sólo gracias a la anexión de Crimea y la guerra en Donbás. Sin la irrupción de las tropas rusas no habría habido ni consolidación, ni movimiento de voluntarios ni ejército. Ucrania seguiría viendo la vida de color rosa y todo aquel que hablase sobre «tanques rusos» sería considerado un marginado medio loco.
Para Ucrania, Crimea y Donbás se han convertido en algo más que un golpe por la espalda y una historia sobre la traición. Además, se han convertido en un estímulo para la movilización en todos los aspectos de la vida. La anexión de Crimea y la ocupación del Donbás han hecho que Ucrania eliminara de su orden del día una gran cantidad de cuestiones secundarias, que acaparaban muchísima atención y fuerza. Moscú no sólo le ha quitado a Ucrania tantos kilómetros cuadrados, sino también ilusiones. También ha impedido que millones de ciudadanos ucranianos participaran en las elecciones.
Toda crisis es además una ventana de posibilidades. Ucrania ha conseguido la oportunidad para ponerse de acuerdo consigo misma acerca de sí misma. Sobre su modelo de sociedad. Sobre la distribución de las funciones dentro del Estado. Sobre la función del propio Estado y qué instituciones necesita y cuáles no. Este diálogo es complejo y doloroso, pero antes directamente estaba bloqueado.
Si Ucrania hace uso de esta oportunidad histórica, entonces podrá determinar por sí misma las circunstancias bajo las cuales se producirá la devolución de sus territorios. Por ejemplo, podrá evitar el escenario bosnio tras la devolución de Donbás. Podrá ser sujeto, y no objeto, de las negociaciones. Como poco, oponerse a escenarios poco ventajosos para su propio futuro.
Tanto la península crimea como Donbás serán muy distintos a como los recordábamos en 2013.
Donetsk y Luhansk ya no serán centros industriales.
Es poco probable que regresen los que se fueron. Por costumbre los llamamos donchanie y luhanchanie [habitantes de Donetsk y Lugansk], pero seamos sinceros: son los nuevos habitantes de Kyiv, Lviv, Odesa y Járkiv. Según las estadísticas, un 40% de ellos no volvería en caso de que Donbás se reincorporara a Ucrania. Y cada mes que pase ese porcentaje no hará más que crecer por el trabajo, los hijos, las relaciones sociales y las raíces que han echado en esos lugares.
El potencial industrial de la ciudad ha sido sustituido por la chatarra, trasladado a Rusia o simplemente desbaratado por la guerra. Y aquí también hemos de ser sinceros: por sí misma Kyiv jamás se habría decidido a seguir el ejemplo de Margaret Thatcher, quien tuvo la valentía de cerrar las deficitarias minas británicas a mediados de los ochenta.
Si no hubiera habido guerra, el monstruo industrial soviético seguiría viviendo con todo su monumental e ineficiente esplendor. Moscú ha hecho todo el trabajo sucio por Kyiv estrangulando algunas empresas y llevándose otras.
La industria se ha quedado en nada. Buena parte de la población ha emigrado. Los que formaban parte de la élite de Donetsk han sido marginados y sus planes, desplazados. El destino de la región depende única y exclusivamente de Kyiv. Y lo mejor que puede hacer la capital es elaborar una estrategia sobre cómo comportarse con los territorios que han resultado ser el campo de batalla para después imponer esta estrategia a estas regiones.
Justamente esta misma política debe realizarse en relación a Crimea.
Es importante entender que la situación con la península es más complicada y más sencilla a la vez.
Es más fácil porque no se derramó sangre, que sacraliza cualquier oposición. En las estanterías no hay cientos de fotografías familiares con cintas de luto. No hay una generación de huérfanos cuyos padres murieron en las trincheras.
Pero es más complicado porque Rusia va a retener Crimea hasta las últimas. Y, probablemente, cualquier discusión acerca del destino de la península será posible sólo tras Vladímir Putin. ¿Pero qué significa «tras Vladímir Putin?
Significa que la economía de Rusia esté al borde del colapso, que exista el riesgo de que la crisis se escape a cualquier tipo de control, que haya divergencias acerca de la anterior estructura del Estado y que para poder salvar los recursos restantes las élites rusas estén dispuestas a normalizar las relaciones con Occidente, devolviéndolas al formato de 2013.
Esto significaría que Rusia empieza a parecerse a un volcán a punto de entrar en erupción: de momento tan solo hay esporádicos derrames de lava en lugares inesperados, pero todo indica que habrá un gran acontecimiento.
Crimea, que soñaba con una Rusia totalmente distinta, se sentirá desorientada. No se puede dudar de la lealtad de los chavales prorrusos, pero los que querían estabilidad se sentirán engañados.
Cualquier insinuación por parte de Moscú sobre que está dispuesta a discutir el estatus de la península hará que la cola en el paso de Kerch llegue hasta Rybache. El resto intentará comprender qué les deparará el mañana. Este mensaje se dará en un contexto en el que Rusia estará intentando arreglar las numerosas brechas en el gobierno, las cuales se multiplicarán día tras día.
¿Diréis que esto es irreal? Pero la cosa es que renunciar a Crimea supone un riesgo demasiado grande para el futuro político de la élite rusa. Y esto significa que los beneficios que obtenga Moscú a cambio de Crimea deberán superar con creces las pérdidas. Por ejemplo, conservar un país que se está desmoronando.
Y por ello lo único que podrá decir el político ucraniano que llegue a Crimea tras el cambio de banderas será ese sagrado «os traemos pan».
Si esta frase es descabellada, entonces, seguramente, no conseguirá llegar a Crimea.
Pável Kazarin, Ukrayinska Pravda.
Original en ruso: Крим в обмін на все. Що буде з півостровом в момент повернення?
Traducción por Jaime García.